Con la celebración del domingo de Ramos empieza la semana Santa, la más solemne de las festividades del año. Esta conmemoración no es simplemente un recuerdo, no se trata de traer a la memoria algo que pasó y que no tiene influjo alguno en el presente.
La liturgia reactualiza el suceso histórico de modo sacramental, vivifica en la memoria de nuestra fe el acontecimiento redentor de Jesucristo. Nosotros no somos simplemente espectadores, sino actores de esta representación sagrada en la cual revivimos los misterios más importantes de nuestra fe.
La celebración de esta Semana Mayor nos invita a acompañar a Jesús en la culminación de su ministerio en este mundo. Deben ser unos días de recogimiento, de volvernos sobre nosotros mismos dejando de lado nuestra pasividad frente a hechos que nos rodean, para convertirnos, al resucitar con Jesús, en hombres y mujeres nuevos que luchen por implantar la justicia, por desterrar la violencia, y, sobre todo, por irradiar el amor que él nos enseñó.