Los familiares de un católico anciano o enfermo grave deben respetar sus creencias y facilitarle los medios que ofrece la Iglesia para estos casos. Llamarán al sacerdote de su parroquia para que le administre los sacramentos de la confesión, Unción de los enfermos y Sagrada Eucaristía. El enfermo tomará conciencia de la gravedad de su enfermedad y se reconciliará sinceramente con el Señor, con la Iglesia y con su propia conciencia e historia.
Antes que llegue el sacerdote examinará su conciencia y un familiar le ayudará a rezar el acto de contrición diciendo: Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí. Pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan grande como vos. Antes quisiera haber muerto que haberte ofendido. Propongo firmemente no pecar más, evitar todas las ocasiones próximas al pecado, recurrir tan pronto sea posible al a confesión y cumplir la penitencia impuesta.
Se confesará muy arrepentido con el sacerdote quien le perdonará deciento: Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El sacerdote le administrará el sacramento de la Unción de los enfermos ungiéndole la frente y las manos con el santo óleo diciendo: Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. El enfermo, reconfortado al haber recibido el perdón de sus pecados agradece interiormente a Dios por su infinita misericordia.
El sacerdote invita a orar juntos el padrenuestro, terminando el cual mostrando el Santísimo Sacramento dirá: Este es el cordero de dios que quieta el pecado del mundo.¡Dichosos los invitados a la Cena del Señor! Los que estén presentes responderán: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. El sacerdote dirá: El Cuerpo de Cristo, y todos responderán Amén. Y el enfermo recibirá la Eucaristía.
En caso de fallecimiento, la familia sufrirá un proceso psicológico natural en su estado emocional, necesitará tiempo para ir aceptando paulatinamente la dolorosa realidad hasta alcanzar el estado psicológico normal. El duelo consiste en unas demostraciones espontáneas de dolor o lástima que se hacen a causa del sentimiento que sufre por la muerte del ser querido. Recordemos que la muerte es consecuencia del pecado de Adán y Eva y de los nuestros y, por ello, sabemos que el pecado es una inmensa ofensa y desobediencia a Dios (Gn 2 ,16-17 ;3,6).
“Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio” (Hb 9, 27). ¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas de las que ahora os avergonzáis? Pues su fin es la muerte. Pero ahora, libres del pecado y esclavos de Dios, fructifican para la santidad y, al fin la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte;
pero el don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús nuestro.
Como creyentes, no hemos de refugiarnos permanentemente en las lágrimas y en el complejo de culpabilidad por no haber hecho más por el difunto. Jesús se expresa así: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mt 11,28).
La resurrección gloriosa de Cristo es el grandioso acontecimiento que nos sitúa ante la nueva y sorprendente perspectiva de la vida futura del hombre después de la muerte: permanecer al ámbito feliz de lo divino y eterno. Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder (1Cor 6,14). La esperanza cristiana es fuertemente consolidada.
