Un misionero cristiano chino se dedicó a predicar el evangelio en país musulmán. Le prohibieron hacerlo, pero no cumplió. Fue perseguido, detenido y llevado a la cárcel donde fue herido brutalmente. Mientras estaba en la cárcel con ambas piernas quebradas escribió en libro. Un capítulo lo tituló “Un soldado de chocolate” donde describía las actitudes de dejadez y la falta de compromiso serio que practicaba un soldado en sus obligaciones propias de militar. Utilizaba la palabra chocolate para describir a una persona que le pasa como al chocolate: se disuelve en el agua y se deshace con el calor.
Podemos aplicar esta imagen a un cristiano de pura fachada, con una religiosidad de apariencias, sin compromiso real con la fe auténtica, una vida mediocre y superficial, un seguimiento a Jesús sin verdadero espíritu de santidad evangélica, un fariseo que con hipocresía trata de engañar al único dios, un idólatra que fabrica sus propios dioses y su propia moral, vive de apariencias engañosas, “se derrite como la cera” y el chocolate, pone su orgullo en los ídolos, alardea de sus vanidades, “vive en tinieblas y sombra de muerte”, su esperanza en la vida eterna es vana porque no se sustenta en la fe verdadera y comprometida en la vida ordinaria. Ha construido su experiencia sobre el crecimiento de arena y se derrumbará si no cambia de conducta.
Se cuenta que en la religión del ejército del emperador Alejandro Magno un soldado llamado Alejandro, que se caracterizaba por su cobardía y falta de colaboración y compromiso en los combates. Este hecho llegó a conocimiento del emperador, que era valiente y experto estratega; lo mandó llamar y cuando se presentó ante él, Alejandro Magno le dijo con mucha firmeza y claridad: “Alejandro, cambia de nombre o cambia de conducta”.
En la vida cristiana tiene que haber una claridad meridiana, sin medias verdades; una exigencia tal que no haya margen al autoengaño, una gran transparencia en todos los aspectos y circunstancias de la vida humana. Hay que aceptar las cruces personales con sencillez y humanidad como Jesucristo. No hay que huir, por cobardía o miedo, de las grandes dificultades que causa la fe, hay que afrontarlas con fortaleza y dignidad cristianas. No se busquen escusas ni culpables sino soluciones justas. Nadie tiene potestad para “disolver y deshacer” los principios fundamentales y la moral de la vida cristiana, ¡ay del que se atreva!
El apóstol san Juan escribe: Al Ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: Así habla en Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios. Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices; “Soy rico; me he enriquecido; nada me falta”. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de comprensión, pobre, ciego y desnudo… Sé, pues, fervientemente y arrepiéntete (Ap 3,14-17). Es escalofriante que al tibio Dios lo vomite de su boca.
